viernes, 1 de marzo de 2013

Ella


Son las seis de la mañana. La luz del sol entra por la ventana, acariciando las tablas del piso, prácticamente se les puede oír crujir al calentarse después de la noche fría que las arropó. Las cortinas blancas caen rebordeando el marco de la ventana y rozando el piso, totalmente quietas. A lo lejos se oye el despertar del campo. No hay un mejor despertar.
Se sienta lentamente en su cama, su cabello son gruesas hebras doradas que reflejan la luz, de textura tosca y ajada como un montón de paja enredada, tiene muchas ondas que mientras ella se va sentando van estirándose lentamente al caer por su propio peso, las puntas abiertas de su melena la acarician un poco más abajo de su cintura.
Se toca la cara con la mano derecha y se aprieta los ojos, luego los abre con ímpetu, el día se estrella contra su cara, sus pupilas se achican protestando ante tanta luz, y se aprecia la belleza de su iris, grandes soles amarillos concéntricos en sus pupilas, sobre el verde manchado de verde claro que dan el color de fondo y rebordeados por una línea gris.
Inhala una gran cantidad de aire con su nariz, lo saca por la boca, saborea su boca, el sabor fuerte de un despertar forzado.
De nuevo acaricia su cara con sus manos, la blanca piel rejuvenecida de una larga noche de descanso se siente muy familiar en las yemas de sus dedos. Su rostro tiene forma de diamante, su frente es pronunciada y su quijada suave. En algún sitio de su cara se ve una mancha de una espinilla nueva o vieja, en otro sitio un lunar o dos, ¿quien puede contarle los lunares de la cara?
Se rinde ante el día y se levanta.
Camina lentamente y abre las ventanas, para que el sol no pase a través de los vidrios solo, sino que entre con brisa, y ese olor a vainilla y chocolate que sube desde la cocina, las hojas dan su melodía matutina al moverse, y las cortinas de su alcoba comienzan a danzar.
se asoma a ver qué ocurre a su alrededor, debajo de su habitación está el jardín, las plantas se ven tan hermosas que un matiz rosado aparece sobre ellas, están tan llenas de paz, que es como si el tiempo se detuviera mientras ella respira profundo y pausado varias veces como ya es costumbre.
El tiempo se apodera de ella y su cuerpo comienza a irse y a encontrarse con el segundo y el lugar que le corresponde a cada instante, cada paso marcado como una danza al ritmo de Bach, un ballet de despertar.
Su mano derecha encuentra la manija que la guía al siguiente acto y la habitación que un momento atrás estaba llena de luz de repente pierde cualquier tipo de magia y encanto.

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