Son las seis de la
mañana. La luz del sol entra por la ventana, acariciando las tablas del piso,
prácticamente se les puede oír crujir al calentarse después de la noche fría
que las arropó. Las cortinas blancas caen rebordeando el marco de la ventana y
rozando el piso, totalmente quietas. A lo lejos se oye el despertar del campo.
No hay un mejor despertar.
Se sienta lentamente en
su cama, su cabello son gruesas hebras doradas que reflejan la luz, de textura
tosca y ajada como un montón de paja enredada, tiene muchas ondas que mientras
ella se va sentando van estirándose lentamente al caer por su propio peso, las
puntas abiertas de su melena la acarician un poco más abajo de su cintura.
Se toca la cara con la
mano derecha y se aprieta los ojos, luego los abre con ímpetu, el día se
estrella contra su cara, sus pupilas se achican protestando ante tanta luz, y
se aprecia la belleza de su iris, grandes soles amarillos concéntricos en sus
pupilas, sobre el verde manchado de verde claro que dan el color de fondo y
rebordeados por una línea gris.
Inhala una gran cantidad
de aire con su nariz, lo saca por la boca, saborea su boca, el sabor fuerte de
un despertar forzado.
De nuevo acaricia su
cara con sus manos, la blanca piel rejuvenecida de una larga noche de descanso
se siente muy familiar en las yemas de sus dedos. Su rostro tiene forma de
diamante, su frente es pronunciada y su quijada suave. En algún sitio de su
cara se ve una mancha de una espinilla nueva o vieja, en otro sitio un lunar o
dos, ¿quien puede contarle los lunares de la cara?
Se rinde ante el día y
se levanta.
Camina lentamente y abre
las ventanas, para que el sol no pase a través de los vidrios solo, sino que
entre con brisa, y ese olor a vainilla y chocolate que sube desde la cocina,
las hojas dan su melodía matutina al moverse, y las cortinas de su alcoba
comienzan a danzar.
se asoma a ver qué
ocurre a su alrededor, debajo de su habitación está el jardín, las plantas se
ven tan hermosas que un matiz rosado aparece sobre ellas, están tan llenas de
paz, que es como si el tiempo se detuviera mientras ella respira profundo y
pausado varias veces como ya es costumbre.
El tiempo se apodera de
ella y su cuerpo comienza a irse y a encontrarse con el segundo y el lugar que
le corresponde a cada instante, cada paso marcado como una danza al ritmo de
Bach, un ballet de despertar.
Su mano derecha
encuentra la manija que la guía al siguiente acto y la habitación que un
momento atrás estaba llena de luz de repente pierde cualquier tipo de magia y
encanto.
Me gusta como escribes, quiero seguir leyendo.
ResponderEliminarGracias! seguiré publicando
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ResponderEliminarexcelente.. ;)
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