jueves, 14 de marzo de 2013

Te amo Soledad.


Acostado en la cama, arropado todo menos la cabeza, el sudor sale de su cuerpo producto del vértigo en que lo sumergen sus sueños, cada gota se desliza sobre su amplia frente y su cabello se humedece poco a poco, la velocidad del movimiento de sus ojos bajo sus párpados es por desesperación y simultáneamente su rostro está congelado con la expresión de un gemido que no sale de sus labios, que entre respiro y respiro, muerde hasta despellejar. Es tal la intensidad de su vértigo que su cuerpo da a la habitación un resplandor blancuzco que ilumina la noche.

Está atrapado en el umbral de la psicodelia que es morir y sobrevivir, como una mosca en el centro de una telaraña bamboleante bajo el paso de la negra araña en la purpuridad de la noche, se estremece y brinca sin ser liberado por los hilos de seda de su cama. Su mente es la presa decidiendo si rendirse ante su cuerpo y liberarse o sucumbir y ser desgarrado para disolverse en su alma.

Su padecimiento es el fruto, ahora seco, del oasis que con sus propias manos arrancó desde sus raíces del desierto que debe caminar. Su oasis, de tamaño moderado pero siempre imponente, en lo que parecía ser el gran baricentro de su universo.

Ese oasis con su agua turbia y revuelta pero refrescante, con palmeras pequeñas que apenas comenzaban a crecer y sin embargo de abundantes hojas para acobijar los arbustos que debajo de ellas yacían, arboles de olivo y albaricoque ofreciendo su fruto para clavarle el diente obscenamente y que sus jugos se deslizaran por sus cachetes cuando los ponía en su boca. Las plantas aparecían simétricamente y le ofrecían abrigo y lecho. En las noches de tormentas, toda su fauna se estrellaba, con la misma fuerza que los rayos se metían en la aridez circundante, contra la arena que se sublevaba. El sol abrasante y cruel que quería aniquilarlo, ahí no tenía poder alguno.

Él vivió desesperado por caminar ese desierto solo, sin nada más para ver que las dunas y planicies de arena, sin embargo en medio del sol y la sed siempre estaba su oasis, siempre regresaba ahí para conseguir fuerzas y volver a atravesar las arenas que lo separaban del mundo. Hasta que al fin lo entendió, no debía atravesarlo, debía dejar cargas y elevarse, volar con ligereza y risas para andar sobre las nubes frescas y libres.

¡Oh tantas noches! noches que pasó en su oasis viendo las estrellas brillar con intensidad sobre la negrura del cielo, brillaban tanto que nunca estaba en la oscuridad absoluta y parecía que solo estirándose un poco las podía alcanzar. Ahora entre las nubes no distingue entre día y noche, luz u oscuridad, no hay estrellas complaciendo su vista mientras descansa, no hay descanso, todo el tiempo tiene que permanecer volando, ahora está agotado por su ligereza y la sed que antes salía de sus impulsos de lucha hoy proviene de su nulidad. Aspirar a los manjares de su oasis para él es como querer beberse el desierto del que tanto huyó.

De ese oasis ya nada queda, y su mención es burla de todo lo que fue y ya no es.

Esta noche su sudor refresca el calor que siente en su piel, por las pesadillas que lo persiguen, pesadillas del desdoblamiento que lo hace verse atrapado gritando y rugiendo y sin embargo no reacciona ante el atisbo de sí mismo, está frío y distante esperando el momento en que su cuerpo y mente actúen como deben actuar...

Soledad, al principio eras un desierto sin humanos que lo envolvía, ahora es un desierto sin humanidad el que lo acompaña. Y él simplemente espera el amanecer de alguien que ya anocheció sin incluso ser día.

viernes, 1 de marzo de 2013

Dolor


Han pasado varias horas, no puede contar cuanto tiempo exactamente, no tiene suficiente fuerza en la mente más que para seguir respirando, su nariz está congestionada así que inhala y exhala por la boca, suave y lento el aire entra y la acaricia, le da paz, la cura, luego sale y calienta su garganta y boca, que placentero es respirar, la eleva, la suaviza, la libera. sabe que pronto alguien la encontrará, pero no quiere apresurar ese momento ya que intuye que una vez se mueva, el entumecimiento que tiene y le evita sentir en su cuerpo el dolor, se desvanecerá y sucumbirá al desgarramiento de su alma y carne.

Se oye un goteo constante y rítmico que la hipnotiza, tiene tantas ilusiones mentales que le ayudan a desaparecer  y olvidar que, prácticamente es, como si ya hubiera dejado de ser ella, el goteo la aleja del espacio en el que está, el agua tibia en parte por el calentador en parte por su sangre, le hace olvidar su desnudez, la debilidad en el corazón roto y el vacío de su alma robada enfocan su mente en sobrevivir, en respirar…

Como describir esos momentos silenciosos, ese tiempo alargado y esa tristeza en el aire, como explicar un dolor tan inmenso y destructivo, solo vacío hay en la habitación, la porcelana blanca e inmaculada del baño se proclama fría y desabrida, las cortinas de velo alrededor de la tina se ven tenebrosas junto al agua ensangrentada, y su cuerpo inmóvil absorbe toda la vida que alguna vez pudo haber en la habitación, su cara con morados y sangre, sus ojos, con lágrimas que no dejan de brotar, fijos en el espejo donde todas las mañanas su rostro brillaba y sus labios pálidos y partidos no solo por el golpe inicial, sino porque lleva demasiado tiempo respirando por la boca.

Escucha a Mary regresar del mercado, inmediatamente se hace consciente del tiempo que ha pasado, mientras ella debía bañarse Mary atendía al personal de su casa, luego se iba al mercado a comprar los insumos para la semana, eso le tomaba aproximadamente dos horas, ahora mismo debería estar organizando la despensa e iniciar el almuerzo, deben ser pasadas las diez. En ese momento recordó cuando cumplió quince y le dijo a Mary que de ahora en adelante ella siempre se haría su desayuno, cocinar era de las actividades que más le hacían feliz. Que oportuna había sido esa decisión para el día de hoy, si no hubiera sido así, hacía rato Mary habría subido y la habría encontrado, quizás le habrían lastimado también a ella o peor, quizás la habría visto así, inmediatamente regresa en sí, siente un frio en el cuerpo y un cólico desgarrador en su vientre, Mary la va a ver así, no puede permitirlo, parpadea y se endurece, ella sabe que puede, ella sabe que es capaz, no puede ocultar los golpes en la cara y el resto del cuerpo, pero si puede evitar que la vean en la tina desnuda y sangrando.

Respira profundo y coloca las manos sobre los bordes de la tina, ya la decisión está en su cerebro, se va a levantar, sabe que puede y con toda la fuerza, inexistente, se levanta, coloca seguro en la puerta del baño, vacía la tina y abre la llave esperando que con eso la sangre no se pegue y se vaya por el desagüe, se seca y coloca la bata, que dolor tan infinito, pero sabe que pronto terminará, mira su rostro en el espejo, esos golpes no se pueden ocultar, siente sangre correr por sus muslos, eso tampoco lo va a poder ocultar, piensa en cómo debe estar herida internamente, debe ir al médico, no lo puede ocultar, abre la puerta del baño, atraviesa su cuarto, sale y así tal cual tomo fuerza para levantarse de la tina, tomó fuerza para gritar –Mary ayúdame.

Al borde de la escalera se desvaneció.

Ella


Son las seis de la mañana. La luz del sol entra por la ventana, acariciando las tablas del piso, prácticamente se les puede oír crujir al calentarse después de la noche fría que las arropó. Las cortinas blancas caen rebordeando el marco de la ventana y rozando el piso, totalmente quietas. A lo lejos se oye el despertar del campo. No hay un mejor despertar.
Se sienta lentamente en su cama, su cabello son gruesas hebras doradas que reflejan la luz, de textura tosca y ajada como un montón de paja enredada, tiene muchas ondas que mientras ella se va sentando van estirándose lentamente al caer por su propio peso, las puntas abiertas de su melena la acarician un poco más abajo de su cintura.
Se toca la cara con la mano derecha y se aprieta los ojos, luego los abre con ímpetu, el día se estrella contra su cara, sus pupilas se achican protestando ante tanta luz, y se aprecia la belleza de su iris, grandes soles amarillos concéntricos en sus pupilas, sobre el verde manchado de verde claro que dan el color de fondo y rebordeados por una línea gris.
Inhala una gran cantidad de aire con su nariz, lo saca por la boca, saborea su boca, el sabor fuerte de un despertar forzado.
De nuevo acaricia su cara con sus manos, la blanca piel rejuvenecida de una larga noche de descanso se siente muy familiar en las yemas de sus dedos. Su rostro tiene forma de diamante, su frente es pronunciada y su quijada suave. En algún sitio de su cara se ve una mancha de una espinilla nueva o vieja, en otro sitio un lunar o dos, ¿quien puede contarle los lunares de la cara?
Se rinde ante el día y se levanta.
Camina lentamente y abre las ventanas, para que el sol no pase a través de los vidrios solo, sino que entre con brisa, y ese olor a vainilla y chocolate que sube desde la cocina, las hojas dan su melodía matutina al moverse, y las cortinas de su alcoba comienzan a danzar.
se asoma a ver qué ocurre a su alrededor, debajo de su habitación está el jardín, las plantas se ven tan hermosas que un matiz rosado aparece sobre ellas, están tan llenas de paz, que es como si el tiempo se detuviera mientras ella respira profundo y pausado varias veces como ya es costumbre.
El tiempo se apodera de ella y su cuerpo comienza a irse y a encontrarse con el segundo y el lugar que le corresponde a cada instante, cada paso marcado como una danza al ritmo de Bach, un ballet de despertar.
Su mano derecha encuentra la manija que la guía al siguiente acto y la habitación que un momento atrás estaba llena de luz de repente pierde cualquier tipo de magia y encanto.